jueves, 25 de marzo de 2010

Resonancia.

     Amanecí pensando en ti.

     En la coincidencia de nuestras frecuencias. Al momento. En la sal de tu cuerpo. En tus labios arrugados. En tus labios resecos. En tus senos turgentes. En tu cintura estrecha. En tus adentros húmedos y tibios. Pareció un sueño, hasta que miré aquel sofá: topologías peculiares de nuestros cuerpos. Arroyos exfoliados y  arenas erosionadas con el roce de nuestra piel. Geografía para cómplices improvisados.

     Tomé una ducha. La necesitaba desde antes dormir ésas tres horas que nos dejamos libres. A pesar de haber empapado mi cuerpo en agua fría, al cabo de tres minutos de salir del agua, mi piel ardía. ¿Qué sería?

¿El whisky? 
¿El vodka? 
¿El tequila?

     El calor que desde la noche anterior ahora desbordaba por mis poros.

     Y ahora no dejo de pensarte. Qué creemos. Qué sucedió anoche. Qué sigue. Qué haremos. Porque es un asunto de dos (inclusive, tres). Y no podemos dejar las cosas así.

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