miércoles, 13 de enero de 2010

Quinientos

     Estoy en uno de ésos momentos en que no puedo expresar cómo extraño a alguien de tal manera que se note. Que se sienta.

     No puedo expresarlo, porque sucede que no la extraño todo el tiempo. Sucede que la extraño sólamente sólo. Pero algo me detiene al querer hacérselo saber. Algo me detiene a expresarlo. Típica reacción fría, y racional: al saber que a uno no se le extraña, para qué decir te extraño sino es recíproco. Y más aún, si a quien uno extraña, resulta estar extraña a otros muchos más.

     Y sin embargo, en el día nunca me hace falta, hasta que noto que a ella le hace falta alguien y no he estado ahí. Una relación con un tercero (que no tendría porque intervenir en lo que siento por ella) me impide sin embargo incluso hasta acercarme. La culpa de no cumplir con mi palabra me separa de todo lo que no quiero ser frente a ella. Ergo, no me presento. Ni en mensaje.

     Y ésta distancia me recalcitra. Se come mis ojos que no lloran porque mi mente no le encuentra sentido, pero arden porque la contención del llanto ha sido extenuante.

     Qué simple sin embrago, sería madar un pequeño, mensaje. Un detalle. Y trozar el silencio para decir "te extraño". Y creer que me pueden creer. A pesar de la distancia, del temor. De la debilidad de reconocerme ante ella como soy. Un pobre diablo sin palabra ni voluntad.

     Y a pesar de todo algo he aportado a su vida. De manera que aunque lejano, no me siento ajeno. Aunque ausente siento un hogar en su corazón, cálido. Apartado, únicamente para mí.

     Aunque bien dice el dicho: No se puede vivir de glorias pasadas.

     En silencio, en éste fondo negro (literal y figurado) lanzo al vacío el susurro que ha de llegar a ti de una u otra forma: "Te extraño )z.".

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