Habitábamos en una recámara. Familiar sólo para mí. Sin embargo la comodidad se hacía evidente en tu cuerpo. Desnudo, recostado entre mis sábanas. Tu gesto denotaba confianza, y la suavidad de tu expresión calidez al cobijo de la luz. la mueca en tu rostro asemejaba una sonrisa. Parecía que hubieras estado visitándo mi casa desde hace años.
Parecía que hubieras dormido en mi cama varias lunas.
Había silencio. Puro. Profundo.
Las formas caprichosas en las puertas de madera del clóset aportaban un toque pardo –cálido– a la habitación. Como el hogar abrasador entre nuestros vientres. Una luz ámbar se vertía, y escurria sobre las curvas de tu feminidad. Tu piel era de canela, no de marfil, e invitaba a reconocer tu aroma a café. A respirar tus poros.
A pesar del hambre de tí, no sabía como proceder hacia tu cuerpo. Enamorado de tu cabnello negro, brillante como látigos de cuero, entrelacé mis manos en ellos para sentir la caricia de tu cabellera, rozando la piel entre mis dedos. Tu aroma era delicioso. Exquisito. Suave y confortante para apaciguar la emoción acelerada que latía debajo de mi piel, y en mis ojos. En mis manos y en mi pensamiento.
Me acerqué a tus ojos cerrados, a la piel que durante algunos pensamientos y un par de noches había deseado en secreto. Tan profundo en el subconsciente, que resultaba oculto incluso hasta para mí. Sólo en ésa noche, contigo tendida debajo de mí, se hizo evidente.
No me pude resistir al banquete de tu cuerpo. Festín encarnizado, ávido y deseseprado para mis pensamientos frenéticos.
Disfrutaba de tus hombros. La caricia cóncava de mis manos en tu piel. Bajaba por tus brazos. deslizándome delicadamente por tu tersura.
Al fin llegué a tu boca. Colisión en nuestros labios. Danza frenesí de nuestras legnuas. Mi mano izquierda poseyéndo el flannco derecho de tu cara. Anclándote a mi rostro. Confinándote a mis labios.
Y a pesar de tenerte a mi entera disposición no pude dejar de recorrer el campo de tu piel en toda la noche. Dejando la aventura de tus interiores para otro sueño, así de real, así de vívido.
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oh Dios envidio a la musa que inspiró todo este derrame de encantos...barbaro , besos.
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