Luego pensé en que mis manos ardían como antorchas y a falta del extenso campo llano de tu piel sobre el cual estaban intencionadas a incendiar y consumir toda pasión, tuvieron que rodar sobre sí mismas para apagar el fuego. Cenizas y muñones. Terminé incapacitado para tocarte de todas formas.
Finalmente, donde quiera que haya sucedido, el fuego se consumió.
Ni modo, qué hacer.
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